miércoles, 30 de mayo de 2007

Ricardo Flores Magón

Con solo mecionar tan distinguido nombre retumban los palacios del explotador, teme la justicia parcial, escondiendose el cacique, el tirano y todos aquellos quienes por siglos han azotado el cuerpo del proletario y campesino. Por lo mismo creo muy conveniente presentar los siguientes textos que son patrimonio de la humanidad pues por ellos existe el ideal de Justicia libertad y democracia. Recuerden aún estamos en construccion este sitio mejorara en base a su participación. escriban al correo: Jovenesdp@gmail.com

CADA QUIEN SU CLASE

"Proletario: duélete de tu propia condición. Tus hijos anémicos, canijos, mugrientos, reclaman tu atención.
Tu compañera sufre, casi siempre en silencio; las consecuencias de tu docilidad para tus verdugos.
Tú eres el culpable de que tus hijos tengan hambre; sobre tu conciencia debe pesar el dolor y la desventura de los tuyos.
Sí, tú eres el culpable porque desprecias a los de tu clase y admiras, sigues, aplaudes y vitoreas a los ricos, a los que brillan por el oro que han amontonado con tu sudor.
De esa manera como tu mismo forjas las cadenas que te hacen esclavo.
Rebélate proletariado; pero rebélate con los tuyos, quienes como tú, tienen las manos encallecidas por el trabajo y las espaldas encorvadas por las duras tareas.
Mas no te rebeles así como quiera.
No seas fuerza ciega, sino esfuerzo consciente.
Ataca, incendia, derriba, destruye, reparte la muerte.
Llevando en tu cerebro la idea por tu clase, de que vas a emancipar tu clase, de que vas a destruir el derecho de propiedad individual para que la riqueza no siga por más tiempo siendo el patrimonio exclusivo de los ricos y de los intelectuales, esto es, de los hombres de estudios.
Únete a las filas del Partido Liberal Mexicano.
Rechaza indignado a todos aquellos que traten de decirte a que sigas a Madero, porque óyelo bien: Madero es un verdugo, es el verdugo de clase.
Madero es rico y no piensa sino en aumentar su riqueza.
Ayer hizo millones explotando a tus hermanos en sus haciendas.
Ahora quiere hacer millones con la sangre de los humildes.
Despierta, proletario: llama a la vergüenza en tu auxilio.
¿No te sientes humillado ante la altanería del rico?
Te roba el producto de tu trabajo y se mofa de tu mugre y de tus andrajos.
Para el rico tu no eres el creador de la riqueza y del lujo que él goza, sino un "pelado".
Tú haces sus palacios, y si te atreves a llegar a ellos, llamará a la policía para que te lleve a la cárcel.
Tú levantas sus cosechas, más debes cuidarte de rondar por sus almacenes porque puedes morir de un balazo o ir a para a la cárcel.
Tú fabricas las ricas telas y los confortables muebles y tapices que no son para tu compañera ni para tus hijos.
Tú haces todo lo que contribuye a que la vida se más agradable, arreglas los paquetes, construyes y pules las carreteras, compones las calles, tiendes los rieles, haces las casa para tener que pagar tú mismo por habitarlas.
En fin, lo hace todo, todo sale de tus manos creadoras.
Sin embargo, no ganas más que lo estrictamente necesario para que medio repongas las fuerzas perdidas para seguir creando riquezas, riquezas, riquezas.
Obteniendo, para ello el desprecio de los que te explotan; pues para ellos no eres otra cosa que un "plebeyo", un ser de condición inferior, perteneciente al populacho y a la canalla.
Rebélate, indignado, hermano. Ve a tomar las armas; pero no con tus verdugos, no con Madero, sino con tus hermanos los miembros del Partido Liberal Mexicano.
Madero quiere que sigas trabajando como hasta aquí pues la revolución de él solamente beneficia a los hombres de clases encumbradas.
Rebélate con la resolución inquebrante de tomar posesión de la tierra y de los instrumentos de trabajo, para el beneficio de todos.
Recuerda que la tierra vino a quedar en poder de unos cuantos por medio de la conquista, esto es, de la violencia, y por otros medios más o menos malos como el robo, el fraude, la astucia, el agio.
Los que no la obtuvieron por alguno de estos medios la compraron o la recibieron por herencia, si la compraron lo hicieron con el dinero que representaba el sudor de la clase trabajadora.
No es un robo lo que vamos a cometer los liberales mexicanos, sino un acto de justicia, el más hermoso que ha contemplado los siglos, el más sublime de que han sido testigos las edades.
Compañeros: empujad a vuestros compañeros a que trabajen por la felicidad de la familia.
Es una vergüenza que en este siglo haya pobres y ricos, La ciencia ha venido a descubrir que todos somos iguales; que todos, por lo mismo, tenemos derecho de vivir.
Para conquistar este derecho debemos tomar posesión de la tierra y de la maquinaria y no trabajar más para los amos".
(De Regeneración)
13 de mayo de 1911

MUERA EL ORDEN
"¡Ah, el orden! Así gimen en estos momentos, todos los partidos de lo que se llama orden.
El orden es para esas pobres gentes que sólo puede subsistir estando la humanidad sometida a la férula del polizonte, del soldado, del juez, del carcelero, del verdugo y del gobernante.
Pero eso no es el orden.
Yo entiendo por orden; armonía, y la armonía no puede existir mientras haya sobre la superficie del planeta seres humanos que tienen qué comer en abundancia, y seres humanos que no tienen un pedazo de pan que llevarse a la boca.
Si todas las cosa estuvieran bien arregladas, si toda criatura humana tuviera qué comer, tuviera dónde resguardarse de la intemperie sin tener que pagar alquiler de casa, en una palabra, si todos tuvieran lo necesario para vivir con decencia y sin incertidumbre por el porvenir, entonces no habría nadie que se atreviera a decir: yo soy más que tú, ¡obedéceme!
Entonces habría orden porque habría armonía.
Nadie tendría que disputar a otro, nadie tendría envidia a nadie.
Todos seríamos hermanos y saldrían sobrando el polizonte, el soldado, el juez, el carcelero, el verdugo y el gobernante.
Saldrían sobrando porque conquistada la armonía entre los seres humanos por la conquista de la libertad económica el parasitismo de los funcionarios públicos no tendrían ya razón de ser.
Los funcionarios públicos no son, como se cree, los guardianes del orden.
El orden, que es la armonía, no necesita guardianes, precisamente porque es orden.
Lo que si necesita guardianes es el desorden, desorden escandaloso, vergonzoso y humillante para los que no nacimos para esclavos, es el que reina en la vida política y social de la humanidad.
Desorden es que una clase social pese sobre otra clase social, pues no debe existir más que una sola clase; la de los productores, esto es, la de los trabajadores.
La humanidad se convertirá en clase trabajadora, cuando la tierra y la maquinaria pertenezcan a todos, pues entonces todos tendrán que trabajar para comer.
Para mantener el desorden, esto es, para mantener la desigualdad política y social, para mantener los privilegios de la clase alta y tener sometida a la clase baja, es para lo que se necesitan los gobiernos, los carceleros, los jueces, los verdugos y toda una caterva de altos y pequeños funcionarios que chupan las energía de los pueblos de la tierra.
No es para proteger a la humanidad para los que existen esos funcionarios, sino para tenerla sometida, para tenerla esclavizada en beneficio de los que se han dado maña para retener hasta hoy la tierra y la maquinaria.
¡Ah, el orden! Así gimen en estos momentos los partidos del desorden, esto es, los partidarios de la desigualdad social y política de la especie humana.
No; el desorden no es la esclavitud de una parte de la humanidad por otra parte de ella, sino la libertad de toda la especie humana,
Al orden burgués, los mexicanos contestamos con nuestra rebeldía.
Contra ese orden gritamos: ¡muera el orden! Porque es un orden que maniata la libre iniciativa del ser humano, porque es un orden del cuartel o de presidio.
MUERA EL ORDEN
(De Regeneración)
3 de junio de 1911

martes, 29 de mayo de 2007

Bienvenidos Soñadores

Este sitio es para quienes gustan de la literatura, esto me hace recordar cuando por primera vez tome un libro impulsado más por la curiosidad que por otro motivo y entonces descubri un mundo alterno, un reinado donde uno puede viajar y refugiarse por el tiempo necesario y divagar hasta saciarse. Este libro que por titulo llevaba el nombre de "Utopia" de Tomas Moro y tal vez leido ya por muchos, me hizo saber que se puede plasmar para la perpetuidad todas las ideas y opiniones, pero esto no fue sino solo el principio pues descubrí que existen miles de obras que te pueden hacer soñar y hacerte pasar el rato maravilloso, olvidando asi aunque sea por un momento la vida de miseria, servilismo, hipocrecia y enajenación que a todos nos mantiene oprimidos y en un sueño eterno, mismo que no nos permite viajar y soñar. Por lo mismo quiero reproducir lo que ese libro hizo por mi creando este sitio para que "viajemos un largo rato" recuerden enviar sus textos, ideas, imagenes, videos o lo que les de la gana que para eso es este sitio.
Y para el principio de este sueño me parace muy propio transmitir esta obra que cuando la lei me impresiono mucho es de José Enrique Rodó.
Ariel
José Enrique Rodó.

Aquella tarde, el viejo y venerado maestro, a quien solían llamar Próspero, por alusión al sabio mago de La Tempestad shakespeariana, se despedía de sus jóvenes discípulos, pasado un año de tareas, congregándolos una vez más a su alrededor.
Ya habían llegado a la amplia sala de estudio, en la que un gusto delicado y severo esmerábase por todas partes en honrar la noble presencia de los libros, fieles compañeros de Próspero. Dominaba en la sala —como numen de su ambiente sereno— un bronce primoroso, que figuraba al ARIEL de La Tempestad. Junto a este bronce, se sentaba habitualmente el maestro, y por ello le llamaban con el nombre del mago a quien sirve y favorece en el drama el fantástico personaje que había interpretado el escultor. Quizá en su enseñanza y su carácter había, para el nombre, una razón y un sentido más profundos.
Ariel, genio del aire, representa, en el simbolismo de la obra de Shakespeare, la parte noble y alada del espíritu. Ariel es el imperio de la razón y el sentimiento sobre los bajos estímulos de la irracionalidad; es el entusiasmo generoso, el móvil alto y desinteresado en la acción, la espiritualidad de la cultura, la vivacidad y la gracia de la inteligencia, —el término ideal a que asciende la selección humana, rectificando en el hombre superior los tenaces vestigios de Calibán, símbolo de sensualidad y de torpeza, con el cincel perseverante de la vida.
La estatua, de real arte, reproducía al genio aéreo en el instante en que, libertado por la magia de Próspero, va a lanzarse a los aires para desvanecerse en un lampo. Desplegadas las alas; suelta y flotante la leve vestidura, que la caricia de la luz en el bronce damasquinaba de oro; erguida la amplia frente; entreabiertos los labios por serena sonrisa, todo en la actitud de Ariel acusaba admirablemente el gracioso arranque del vuelo; y con inspiración dichosa, el arte que había dado firmeza escultural a su imagen había acertado a conservar en ella, al mismo tiempo, la apariencia seráfica y la levedad ideal.
Próspero acarició, meditando, la frente de la estatua; dispuso luego al grupo juvenil en torno suyo; y con su firme voz —voz magistral, que tenía para fijar la idea e insinuarse en las profundidades del espíritu, bien la esclarecedora penetración del rayo de luz, bien el golpe incisivo del cincel en el mármol, bien el toque impregnante del pincel en el lienzo o de la onda en la arena,—comenzó a decir, frente a una atención afectuosa:
II
Junto a la estatua que habéis visto presidir, cada tarde, nuestros coloquios de amigos, en los que he procurado despojar a la enseñanza de toda ingrata austeridad, voy a hablaros de nuevo, para que sea nuestra despedida como el sello estampado en un convenio de sentimientos y de ideas.
Invoco a ARIEL como mi numen. Quisiera para mi palabra la más suave y persuasiva unción que ella haya tenido jamás. Pienso que hablar a la juventud sobre nobles y elevados motivos, cualesquiera que sean, es un género de oratoria sagrada. Pienso también que el espíritu de la juventud es un terreno generoso donde la simiente de una palabra oportuna suele rendir, en corto tiempo, los frutos de una inmortal vegetación.
Anhelo colaborar en una página del programa que, al prepararos a respirar el aire libre de la acción, formularéis, sin duda, en la intimidad de vuestro espíritu, para ceñir a él vuestra personalidad moral y vuestro esfuerzo. Este programa propio, —que algunas veces se formula y escribe; que se reserva otras para ser revelado en el mismo transcurso de la acción, — no falta nunca en el espíritu de las agrupaciones y los pueblos que son algo más que muchedumbres. Si con relación a la escuela de la voluntad individual, pudo Goethe decir profundamente que sólo es digno de la libertad y la vida quien es capaz de conquistarlas día a día para sí, con tanta más razón podría decirse que el honor de cada generación humana exige que ella se conquiste, por la perseverante actividad de su pensamiento, por el esfuerzo propio, su fe en determinada manifestación del ideal y su puesto en la evolución de las ideas.
Al conquistar los vuestros, debéis empezar por reconocer un primer objeto de fe en vosotros mismos. La juventud que vivís es una fuerza de cuya aplicación sois los obreros y un tesoro de cuya inversión sois responsables. Amad ese tesoro y esa fuerza; haced que el altivo sentimiento de su posesión permanezca ardiente y eficaz en vosotros. Yo os digo con Renan: «La juventud es el descubrimiento de un horizonte inmenso, que es la Vida». El descubrimiento que revela las tierras ignoradas necesita completarse con el esfuerzo viril que las sojuzga. Y ningún otro espectáculo puede imaginarse más propio para cautivar a un tiempo el interés del pensador y el entusiasmo del artista, que el que presenta una generación humana que marcha al encuentro del futuro, vibrante con la impaciencia de la acción, alta la frente, en la sonrisa un altanero desdén del desengaño, colmada el alma por dulces y remotos mirajes que derraman en ella misteriosos estímulos, como las visiones de Cipango y El Dorado en las crónicas heroicas de los conquistadores.
Del renacer de las esperanzas humanas; de las promesas que fían eternamente al porvenir la realidad de lo mejor, adquiere su belleza el alma que se entreabre al soplo de la vida; dulce e inefable belleza, compuesta, como lo estaba la del amanecer para el poeta de Las Contemplaciones, de un «vestigio de sueño y un principio de pensamiento».
La humanidad, renovando de generación en generación su activa esperanza y su ansiosa fe en un ideal al través de la dura experiencia de los siglos, hacia pensar a Guyau en la obsesión de aquella pobre enajenada cuya extraña y conmovedora locura consistía en creer llegado, constantemente, el día de sus bodas. Juguete de su ensueño, ella ceñía cada mañana a su frente pálida corona de desposada y suspendía de su cabeza el velo nupcial. Con una dulce sonrisa, disponíase luego a recibir al prometido ilusorio, hasta que las sombras de la tarde, tras el vano esperar, traían la decepción a su alma. Entonces, tomaba un melancólico tinte su locura. Pero su ingenua confianza reaparecía con la aurora siguiente; y ya sin el recuerdo del desencanto pasado, murmurando: Es hoy cuando vendrá, volvía a ceñirse la corona y el velo y a sonreír en espera del prometido.
Es así como, no bien la eficacia de un ideal ha muerto, la humanidad viste otra vez sus galas nupciales para esperar la realidad del ideal soñado con nueva fe, con tenaz y conmovedora locura. Provocar esa renovación, inalterable como un ritmo de la Naturaleza, es en todos los tiempos la función y la obra de la juventud. De las almas de cada primavera humana está tejido aquel tocado de novia. Cuando se trata de sofocar esta sublime terquedad de la esperanza, que brota alada del seno de la decepción, todos los pesimismos son vanos. Lo mismo los que se fundan en la razón que los que parten de la experiencia, han de reconocerse inútiles para contrastar el altanero no importa que surge del fondo de la Vida. Hay veces en que, por una aparente alteración del ritmo triunfal, cruzan la historia humana generaciones destinadas a personificar, desde la cuna, la vacilación y el desaliento. Pero ellas pasan,—no sin haber tenido quizá su ideal como las otras, en forma negativa y con amor inconsciente; — y de nuevo se ilumina en el espíritu de la humanidad la esperanza en el Esposo anhelado, cuya imagen dulce y radiosa como en los versos de marfil de los místicos, basta para mantener la asimilación y el contento de la vida, aun cuando nunca haya de encarnarse en la realidad.
La juventud, que así significa en el alma de los individuos y de las generaciones, luz, amor, energía, existe y lo significa también en el proceso evolutivo de las sociedades. De los pueblos que sienten y consideran la vida como vosotros, serán siempre la fecundidad, la fuerza, el dominio del porvenir. — Hubo una vez en que los atributos de la juventud humana se hicieron, más que en ninguna otra, los atributos de un pueblo, los caracteres de una civilización, y en que un soplo de adolescencia encantadora pasó rozando la frente serena de una raza. Cuando Grecia nació, los dioses le regalaron el secreto de su juventud inextinguible. Grecia es el alma joven. «Aquel que en Delfos contemplaba la apiñada muchedumbre de los jonios —dice uno de los himnos homéricos— se imagina que ellos no han de envejecer jamás». Grecia hizo grandes cosas porque tuvo, de la juventud, la alegría, que es el ambiente de la acción, y el entusiasmo, que es la palanca omnipotente. El sacerdote egipcio con quien Solón habló en el templo de Sais, decía al legislador ateniense, compadeciendo a los griegos por su volubilidad bulliciosa: ¡No sois sino unos niños! Y Michelet ha comparado la actividad del alma helena con un festivo juego a cuyo alrededor se agrupan y sonríen todas las naciones del mundo. Pero de aquel divino juego de niños sobre las playas del Archipiélago y a la sombra de los olivos de Jonia, nacieron el arte, la filosofía, el pensamiento libre, la curiosidad de la investigación, la conciencia de la dignidad humana, todos esos estímulos de Dios que son aún nuestra inspiración y nuestro orgullo. Absorto en su austeridad hierática, el país del sacerdote representaba, en tanto, la senectud, que se concentra para ensayar el reposo de la eternidad y aleja, con desdeñosa mano, todo frívolo sueño. La gracia, la inquietud, están proscriptas de las actitudes de su alma, como del gesto de sus imágenes la vida. Y cuando la posteridad vuelve las miradas a él, sólo encuentra una estéril noción del orden presidiendo al desenvolvimiento de una civilización que vivió para tejerse un sudario y para edificar sus sepulcros; la sombra de un compás tendiéndose sobre la esterilidad de la arena.
Las prendas del espíritu joven —el entusiasmo y la esperanza— corresponden en las armonías de la historia y la naturaleza, al movimiento y a la luz. —Adondequiera que volváis los ojos, las encontraréis como el ambiente natural de todas las cosas fuertes y hermosas. Levantadlos al ejemplo más alto:— La idea cristiana, sobre la que aún se hace pesar la acusación de haber entristecido la tierra proscribiendo la alegría del paganismo, es una inspiración esencialmente juvenil mientras no se aleja de su cuna. El cristianismo naciente es, en la interpretación —que yo creo tanto más verdadera cuanto más poética— de Renan, un cuadro de juventud inmarcesible. De juventud del alma o, lo que es lo mismo, de un vivo sueño, de gracia, de candor, se compone el aroma divino que flota sobre las lentas jornadas del Maestro al través de los campos de Galilea; sobre sus prédicas, que se desenvuelven ajenas a toda penitente gravedad; junto a un logo celeste; en los valles abrumados de frutos; escuchadas por «las aves del cielo» y «los lirios de los campos», con que se adornan las parábolas; propagando la alegría del «reino de Dios» sobre una dulce sonrisa de la Naturaleza. — De este cuadro dichoso, están ausentes las sectas que acompañaban en la soledad las penitencias del Bautista. Cuando Jesús habla de los que a él le siguen, los compara a los paraninfos de un cortejo de bodas. — Y es la impresión de aquel divino la que incorporándose a la esencia de la nueva fe, se siente persistir al través de la odisea de los evangelistas; la que derrama en el espíritu de las primeras comunidades cristianas su felicidad candorosa, su ingenua alegría de vivir; y la que, al llegar a Roma con los ignorados cristianos del Transtevere, les abre fácil paso en los corazones; porque ellos triunfaron oponiendo el encanto de su juventud interior — la de su alma embalsamada por la libación del vino nuevo— a la severidad de los estoicos y a la decrepitud de los mundanos.
Sed, pues, conscientes poseedores de la fuerza bendita que lleváis dentro de vosotros mismos. No creáis, sin embargo, que ella esté exenta de malograrse y desvanecerse, como un impulso sin objeto, en la realidad. De la Naturaleza es la dádiva del precioso tesoro; pero es de las ideas, que él sea fecundo, o se prodigue vanamente, o fraccionado y disperso en las conciencias personales, no se manifieste en la vida de las sociedades humanas como una fuerza bienhechora—Un escritor sagaz rastreaba, ha poco, en las páginas de la novela de nuestro siglo,—esa inmensa superficie especular donde se refleja toda entera la imagen de la vida en los últimos vertiginosos cien años—la psicología, los estados de alma de la juventud, tales como ellos han sido en las generaciones que van desde los días de René hasta los que han visto pasar a Des Esseintes.— Su análisis comprobaba una progresiva disminución de juventud interior y de energía en la serie de personajes representativos que se inicia con los héroes, enfermos, pero a menudo viriles y siempre intensos de pasión, de los románticos, y termina con los enervados de voluntad y corazón en quienes se reflejan tan desconsoladoras manifestaciones del espíritu de nuestro tiempo como la del protagonista de A rebours o la del Robert Gresleu de Le Disciple. — Pero comprobaba el análisis también, un lisonjero renacimiento de animación y de esperanza en la psicología de la juventud de que suele hablarnos una literatura que es quizá nuncio de transformaciones más hondas; renacimiento que personifican los héroes nuevos de Lemaître, de Wyzewa, de Rod, y cuya más cumplida representación lo sería tal vez el David Grieve con que cierta novelista inglesa contemporánea ha resumido en un solo carácter todas las penas y todas las inquietudes ideales de varias generaciones, para solucionarlas en un supremo desenlace de serenidad y de amor.
¿Madurará en la realidad esa esperanza? —Vosotros, los que vais a pasar, como el obrero en marcha a los talleres que le esperan, bajo el pórtico del nuevo siglo, ¿reflejaréis quizá sobre el arte que os estudie, imágenes más luminosas y triunfales que las que han quedado de nosotros? Si los tiempos divinos en que las almas jóvenes daban modelos para los dialoguistas radiantes de Platón sólo fueron posibles en una breve primavera del mundo; si es fuerza «no pensar en los dioses», como aconseja la Forquias del segundo Fausto al coro de cautivas; ¿no nos será lícito, a lo menos, soñar con la aparición de generaciones humanas que devuelvan a la vida un sentimiento ideal, un grande entusiasmo; en las que sea un poder el sentimiento; en las que una vigorosa resurrección de las energías de la voluntad ahuyente, con heroico clamor, del fondo de las almas, todas las cobardías morales que se nutren a los pechos de la decepción y de la duda? ¿Será de nuevo la juventud una realidad de la vida colectiva, como lo es de la vida individual?
Tal es la pregunta que me inquieta mirándoos. — Vuestras primeras páginas, las confesiones que nos habéis hecho hasta ahora de vuestro mundo íntimo, hablan de indecisión y de estupor a menudo; nunca de enervación, ni de un definitivo quebranto de la voluntad. Yo sé bien que el entusiasmo es una surgente viva en vosotros. Yo sé bien que las notas de desaliento y de dolor que la absoluta sinceridad del pensamiento — virtud todavía más grande que la esperanza — ha podido hacer brotar de las torturas de vuestra meditación, en las tristes e inevitables citas de la Duda, no eran indicio de un estado de alma permanente ni significaron en ningún caso vuestra desconfianza respecto de la eterna virtualidad de la Vida. Cuando un grito de angustia ha ascendido del fondo de vuestro corazón, no lo habéis sofocado antes de pasar por vuestros labios, con la austera y muda altivez del estoico en el suplicio, pero lo habéis terminado con una invocación al ideal que vendrá, con una nota de esperanza mesiánica.
Por lo demás, al hablaros del entusiasmo y la esperanza, como de altas fecundas virtudes, no es mi propósito enseñaros a trazar la línea infranqueable que separe el escepticismo de la fe, la decepción de la alegría. Nada más lejos de mi ánimo que la idea de confundir con los atributos naturales de la juventud, con la graciosa espontaneidad de su alma, esa indolente frivolidad del pensamiento, que, incapaz de ver más que el motivo de un juego en la actividad, compra el amor y el contento de la vida al precio de su incomunicación con todo lo que pueda hacer detener el paso ante la faz misteriosa y grave de las cosas. — No es ése el noble significado de la juventud individual, ni ése tampoco el de la juventud de los pueblos. — Yo he conceptuado siempre vano el propósito de los que constituyéndose en avizores vigías del destino de América, en custodios de su tranquilidad, quisieran sofocar, con temeroso recelo, antes de que llegase a nosotros, cualquiera resonancia del humano dolor, cualquier eco venido de literaturas extrañas, que, por triste o insano, ponga en peligro la fragilidad de su optimismo. — Ninguna firme educación de la inteligencia puede fundarse en el aislamiento candoroso o en la ignorancia voluntaria. Todo problema propuesto al pensamiento humano por la Duda; toda sincera reconvención que sobre Dios o la Naturaleza se fulmine, del seno del desaliento y el dolor, tienen derecho a que les dejemos llegar a nuestra conciencia y a que los afrontemos. Nuestra fuerza de corazón ha de probarse aceptando el reto de la Esfinge, y no esquivando su interrogación formidable. — No olvidéis, además, que en ciertas amarguras del pensamiento hay, como en sus alegrías, la posibilidad de encontrar un punto de partida para la acción, hay a menudo sugestiones fecundas. Cuando el dolor enerva; cuando el dolor es la irresistible pendiente que conduce al marasmo o el consejero pérfido que mueve a la abdicación de la voluntad, la filosofía que le lleva en sus entrañas es cosa indigna de almas jóvenes. Puede entonces el poeta calificarle de «indolente soldado que milita bajo las banderas de la muerte». Pero cuando lo que nace del seno del dolor es el anhelo varonil de la lucha para conquistar o recobrar el bien que él nos niega, entonces es un acerado acicate de la evolución, es el más poderoso impulso de la vida; no de otro modo que como el hastío, para Helvecio, llega a ser la mayor y más preciosa de todas las prerrogativas humanas desde el momento en que, impidiendo enervarse nuestra sensibilidad en los adormecimientos del ocio, se convierte en el vigilante estímulo de la acción.
En tal sentido, se ha dicho bien que hay pesimismos que tienen la significación de un optimismo paradójico. Muy lejos de suponer la renuncia y la condenación de la existencia, ellos propagan, con su descontento de lo actual, la necesidad de renovarla. Lo que a la humanidad importa salvar contra toda negación pesimista, es, no tanto la idea de la relativa bondad de lo presente, sino la de la posibilidad de llegar a un término mejor por el desenvolvimiento de la vida, apresurado y orientado mediante el esfuerzo de los hombres. La fe en el porvenir, la confianza en la eficacia del esfuerzo humano, son el antecedente necesario de toda acción enérgica y de todo propósito fecundo. Tal es la razón por la que he querido comenzar encareciéndoos la inmortal excelencia de esa fe que, siendo en la juventud un instinto no debe necesitar seros impuesta por ninguna enseñanza, puesto que la encontraréis indefectiblemente dejando actuar en el fondo de vuestro ser la sugestión divina de la Naturaleza.
Animados por ese sentimiento, entrad, pues, a la vida, que os abre sus hondos horizontes, con la noble ambición de hacer sentir vuestra presencia en ella desde el momento en que la afrontéis con la altiva mirada del conquistador. — Toca al espíritu juvenil la iniciativa audaz, la genialidad innovadora. — Quizá universalmente, hoy, la acción y la influencia de la juventud son en la marcha de las sociedades humanas menos efectivas e intensas que debieran ser. Gaston Deschamps lo hacía notar en Francia hace poco, comentando la iniciación tardía de las jóvenes generaciones, en la vida pública y la cultura de aquel pueblo, y la escasa originalidad con que ellas contribuyen al trazado de las ideas dominantes. Mis impresiones del presente de América, en cuanto ellas pueden tener un carácter general a pesar del doloroso aislamiento en que viven los pueblos que la componen, justificarían acaso una observación parecida. — Y sin embargo, yo creo ver expresada en todas partes la necesidad de una activa revelación de fuerzas nuevas; yo creo que América necesita grandemente de su juventud. — He ahí por qué os hablo. He ahí por qué me interesa extraordinariamente la orientación moral de vuestro espíritu. La energía de vuestra palabra y vuestro ejemplo puede llegar hasta incorporar las fuerzas vivas del pasado a la obra del futuro. Pienso con Michelet que el verdadero concepto de la educación no abarca sólo la cultura del espíritu de los hijos por la experiencia de los padres, sino también, y con frecuencia mucho más, la del espíritu de los padres por la inspiración innovadora de los hijos.
Hablemos, pues, de cómo consideraréis la vida que os espera.